Según acabo de ver en las entradas de este blog, era el 16 de marzo de 2012 cuando publicaba un artículo en el que expresaba mi alegría por la asignación de orfanato a una persona muy cercana a mí. Aquello parecía un gran paso. Un paso importantísimo hacia la consecución del objetivo final que no era otro más que la llegada de ese pequeño personaje que tanto se desea. En aquella fecha, después de dicha noticia, parecía que la asignación de un pequeño parecía más que inminente. Ya sabíamos el sitio de donde vendría. Miramos fotos. Contactamos con personas que tenía niños de allí. Retroalimentamos la ilusión sin pensar que esto no funciona así. El orfanato estaba en el estado Indio de Mizoran. Después de casi dos años de silencio y espera, Mizoran se ha diluido en la bruma del tiempo. Durante este tiempo nadie dice nada. Silencio y más silencio. Y mucha espera. Llega un momento en el que casi te olvidas que estás enfrascado en un proceso de adopción. Ha pasado un año y nueve meses, pero cuatro largos años desde el inicio de los trámites. Un año y nueve meses en el que juegan con las esperanzas y los anhelos de la gente como si fuera un trámite burocrático más. En todo este tiempo no ha habido ni un solo niño en dicho orfanato que merezca ser adoptado.
Al cabo de este tiempo comunican el cambio de orfanato. Esta vez no sé como se llama. Tampoco nos importa. Si tiene que ser, será, y si no, a otra cosa. Sólo un ruego, que no jueguen con la gente.
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