lunes, 29 de marzo de 2010

El curilla

Todos lo llamamos el curilla. Es enjuto, delgado, bajito. El paso de los años lo han ubicado en una especie de edad indeterminada donde el tiempo llega, piensa un poco y parece que se estanca. Tiene un andar ligero, con pasos cortos, como dando saltitos, de manera que parece flotar en el ambiente. Todo el mundo lo quiere aunque su trabajo es pedir dinero. Su sotana, con tantos años como él, es inseparable de su figura. Siempre va cargado de estampas de santos que él te cambia por unas monedas o por algún billete. Cuando lo vemos aparecer todo el mundo se alegra. Marca, con la exactitud de un reloj atómico, el día de cobro. Como si tuviera miedo que nos fuéramos a gastar la paga y sus niños se quedaran sin sus monedas o su billete, nunca falla. Y así años y años y años. Con frecuencia veo en la prensa premios y medallas que se autoconceden personalidades importantes por labores desinteresadas. Personalidades que han ocupado cargos, que han conseguido logros y que en el fondo han vivido de esos cargos y de esos logros. Son personas que en su quehacer ya han tenido su recompensa y que siempre pasarán a la historia chica. Quedarán en las placas de las paredes e influirán en un corto devenir del tiempo. Pero los que de verdad escriben la historia con mayúsculas son personas como nuestro curilla porque durante años permanecen en el corazón de las personas a las que tanto bien hacen. Las élites sólo luchan por su beneficio. Sólo en contadas ocasiones una persona, de la élite o no, se identifica con el pueblo y consigue el progreso de la historia.