lunes, 24 de enero de 2011

Adiós a las Cajas

Desde hace algún tiempo se han convertido en el malo de la película. En el feo de la fiesta. En el culpable de todo lo que pasa en el mundo. Quizás cuando pase otro poco tiempo, alguien las eche de menos y quizás alguno tenga la tentación de crearlas de nuevo. Adiós a las Cajas de Ahorros. En aras de un capitalismo cada vez más radical, un gobierno socialista, acaba de certificar su defunción.
Está claro que algo han hecho muy mal o muy bien cuando tantos y en tantos sitios se han empeñado en que desaparezcan del mapa. A alguien debieron de tocarle las narices para que se haya lanzado un ataque tan furibundo contra un sector que tenía entre sus objetivos fundacionales devolver a la sociedad parte de sus beneficios a través de sus obras sociales.
Adiós a las Cajas. O han estado gobernadas por gentes sin perspectiva  y sin visión ninguna de futuro o alguien muy inteligente trazó desde lejos un magnífico plan para hacerlas desaparecer y quedarse con sus despojos.
Actuaciones como la del Banco de España parecen patéticas. Cuando debió de poner orden en el sector, o no quiso, o no supo, o no lo dejaron, pero en cualquier caso no lo hizo y ahora, cuando aparecen los problemas, es cuando saca la vara del rigor.
Actuaciones como las de las agencias de rating, que con un trabajo de aficionados  pusieron en riesgo el sistema financiero a nivel mundial y ahora, cuando ellas son las que deberían de haber desaparecido por su incompetencia manifiesta, vienen con su vara de bajar el rating presionando a todas las entidades financieras. ¡Qué sabrán ellas del riesgo!
Actuaciones como las del propio Gobierno. Perdido en la tormenta de la crisis, parece un boxeador sonado, repartiendo palos de ciego y reformando leyes sobre leyes sin un plan a tiempo y concienzudo que permita sanear de una vez por todas esta maltrecha economía.
Sin entrar en actuaciones como las de las Comunidades Autónomas, que tanto quisieron su mascota que de puro querer la asfixiaron hasta quedarse sin ella.
Adiós a las Cajas. Sólo espero que alguien con sensatez coja el timón, enderece la nave y ponga rumbo al puerto sorteando las olas del mar ignoto. Porque aunque nadie se lo crea, aunque desarbolada, la nave está intacta y con oro en sus camarotes.