martes, 31 de marzo de 2020

La buena economía

En mis años de bachillerato tuve la suerte de tener muy buenos profesores. Eran otros tiempos. Mucha exigencia y mucha responsabilidad sin que fuera un mundo plomizo. Lo pasaba bien. El latín y el griego eran asignaturas fuertes. Traducía a César y a Cicerón. De aquella época me queda un regusto clásico que me lleva a sentirme tremendamente atraído por los romanos y los griegos, cuna y fundamento de nuestra civilización. El profesor de griego nos machacaba con las etimologías y por culpa suya me ha quedado la manía de buscar cuál es el origen de las palabras. Siempre que puedo y sé, rebusco la palabra latina o griega de donde pueda proceder la palabra de nuestro vocabulario.

La verdad es que la etimología nos ayuda muchas veces a comprender de una forma sencilla el significado de las palabras. Por eso la traigo a colación con la palabra economía. La economía nos suena a algo inalcanzable, complejo. Sólo al alcance de sesudos señores, economistas, que escriben y hablan para ser entendidos por una élite que se mueve en el centro de los negocios o de la política. y además tienen la mala costumbre de soltar anglicismos a diestro y siniestro para hacerse menos inteligibles y con ello más cercanos al Olimpo. No les hagamos caso. Esto es mucho más simple de lo que parece. ¿De dónde procede la palabra economía? Si la buscamos en un diccionario, aunque esto ya está en desuso desde hace muchos años y quizá lo más rápido sea preguntarle al Guguel, veremos que procede de las palabras Oikos y Nomos. La palabra Oikos en griego, significa casa. La unidad familiar sobre la que se asentaba la sociedad en las ciudades estado griegas. Y nomos eran las reglas escritas y no escritas que regían la actuación de la sociedad. La palabra economía significa, por tanto, gobierno o administración de la casa. Si somos capaces de administrar nuestra casa, somos entendidos en economía. Hoy día la economía se ha convertido en una ciencia sesuda, difícil, complicada. Yo diría que casi odiosa porque se ha abstraído de la gente normal para situarse en una élite de la que rara vez entendemos su utilidad, cuando en realidad todo es tremendamente sencillo. Lo único que tenemos que observar es cómo se administra una casa en sus variables más corrientes: ingresos y gastos, inversión y financiación. Cómo se potencian los ingresos (si se puede) y cómo se controlan los gastos (si te dejan). Cómo se decide si compras una casa y cuánta hipoteca vas a pedir, o cómo conseguimos una tarjeta de crédito para llegar a fin de mes. La administración de una casa no es difícil pero sí requiere de la toma de decisiones continuas, la mayoría de las veces, de pequeño calado que afectan poco al monedero y a la cuenta corriente y en alguna otra ocasión, decisiones complejas que te afectan de una forma significativa para la mayor parte de la vida (véase la compra de la vivienda). La gran mayoría de las familias administran de una forma ordenada su pequeño o gran patrimonio. Normalmente y salvo en contadas ocasiones, nadie gasta más de lo que ingresa y si se endeuda tiene previsto perfectamente cómo pagará las cuotas de su préstamo. Siempre que se puede, que no siempre se puede, las familias procuran ahorrar una parte de los ingresos, bien para imprevistos, que siempre se presentan, bien para futuras inversiones o gastos que a ciencia cierta saben que van a llegar. Quitando casos y momentos excepcionales, como la crisis de 2008 en el que el endeudamiento de familias y empresas fue muy elevado por la orgía de liquidez que llevaron a cabo los bancos centrales, las familias no se meten en más de lo que pueden. Si pueden salir a cenar, salen y si no se toman una cerveza con una tapita y a casa. Si pueden ir de vacaciones al Caribe, se van al Caribe y si no se van al pueblo a recordar viejos tiempos y a bañarse en el río. Si el hijo puede ir a estudiar a Londres, sin duda que irá a Londres y si no irá a la Universidad más cercana que también será excelente.  La inversión de su vida que es la vivienda, se hace dando muchas vueltas a cómo se pagará el préstamo y si no, para eso está el banco que seguro se lo va a pedir. Y todo lo anterior sin duda está limitado por un techo de gasto que es el sueldo o los ingresos que entren en la casa. Algunas familias, las más ordenadas, hacen hasta su presupuesto por escrito: cuánto ingreso, cuánto gasto, cuánto invierto y cuánto ahorro.

Bien, pues esto que es tan entendible cuando nos movemos en el ámbito familiar y privado se nos complica terriblemente cuando nos vamos al ámbito nacional y público. Ahí parece que nos metemos en una maraña de vocablos y conceptos que hacen imposible que el ciudadano de a pié consiga entender cómo se mueven y administran los números de la Provincia, Autonomía o Estado. Si hacemos abstracción del volumen de las cifras y de la gran cantidad de conceptos, la gestión del ámbito público no difiere gran cosas de la del ámbito familiar. Todo se reduce a saber cuánto puedo ingresar y cómo y dónde lo voy a gastar, o sea, la realización de los Presupuestos Generales, pieza fundamental en la administración de cualquier Estado. Complejidades aparte, todo se reduce a saber qué ingreso y qué gasto, lo que pasa es que en función de la política a desarrollar se pone antes el gasto que el ingreso o al revés.  En la economía familiar está claro cómo se hace. Tenemos unos ingresos y miramos cómo los podemos gastar de la forma más provechosa y eficiente. En el ámbito público no está tan claro. Es más, en la mayoría de las ocasiones se decide antes lo que se quiere gastar y luego se mira a quién sablear para conseguir los recursos necesarios.

Los ingresos. El dinero de que dispone el Estado proviene fundamentalmente de los impuestos en todas su variedades. Directos, indirectos y circunstanciales. Así como en el ámbito familiar los ingresos normalmente están claros, la nómina de fin de mes. En el ámbito público no siempre es así ya que dependen de muchas variables y circunstancias, dándose con frecuencia el caso de tener unos gestores largamente optimistas en la previsión de esos ingresos. Lo que nos lleva al problema de tener unos gastos que son reales y unos ingresos previstos que no siempre se alcanzan. Como decía un jefe que tuve, lo que hay en la cesta es pescado, lo demás son peces y esto hay que tenerlo en cuenta. Luego, hay un error de bulto con el que topamos con frecuencia a la hora de la política y es no valorar el origen del dinero. Si, tal como decía una señora ministra, el dinero público no es de nadie, tendemos a pensar que es infinito y que los recursos del Estado son ilimitados. A partir de ahí todo se convierte en un sin sentido. Si el dinero público es infinito también vamos a pensar que los gastos pueden ser infinitos. No hay que perder de vista, como he oído esta mañana en la radio, que todo el dinero público, antes de ser público fue privado.

Los gastos. Se trata de decidir si nos vamos a Cancum de vacaciones o compramos comida para el perro. Si nos pagamos un seguro médico o alquilamos una casa en la playa. Si hacemos un hospital, llevamos el Ave a la puerta de casa o mantenemos cuatrocientos mil políticos con sus sueldos y todo. Eso sí, si compramos el iphone, no podremos salir a cenar los próximos tres meses. Si hacemos un aeropuerto en cada ciudad a lo mejor no llega para mascarillas y hay que recortar en sanidad o educación. En la economía familiar definir el gasto no es nada complejo ya que los intereses son muy parecidos y si hay discrepancias alguien lo soluciona. La hija le puede decir al padre que le ha recortado el presupuesto en ropa, pero la protesta no pasa de ahí porque todos saben perfectamente que hay que comprar una lavadora nueva. En la economía nacional esto se complica un poco porque nadie entiende que no hagan la autovía hasta su provincia cuando todas las provincias de alrededor la tienen. Nadie entiende que no hagan el instituto del pueblo cuando sí hay un presupuesto para el Ejército. Nadie entiende que haya que bajar los gastos cuando  bajan los ingresos porque todo se diluye en una maraña gigante de partidas presupuestarias y presiones para conseguir una parte de la tarta. Y nadie entiende que de algún sitio hay que recortar cuando la tarta se hace más pequeña.

El déficit. Cuando se presupuestan más gastos que ingresos se genera un déficit en el presupuesto. Esto en la economía familiar tiene un nombre: préstamo. Y en la economía pública también. Si se gasta más de lo que se ingresa hay que pedir que alguna persona o institución te preste lo que falta. Alguien tiene que poner el dinero. Pedir un préstamo un año, no es ni bueno ni malo; depende. Casi todas las familias han acudido a la financiación en algún momento de su vida. La compra de un ordenador en la que aplazas las cuotas doce meses. La financiación del coche. La hipoteca para la vivienda. Las vacaciones del año que las pagas en seis meses. El problema se plantea cuando el déficit es crónico y todos los años tienes que endeudarte para pagar lo que estás gastando. En algún momento hay que parar y pagar la deuda a fuerza de ingresar más o gastar menos. La financiación tiene un efecto perverso y es que viene genial cuando la recibes pero en los años posteriores hay una parte de tu presupuesto que se volatiliza en forma de intereses sin aportar ningún beneficio a la comunidad. En el ámbito público, el déficit acumulado genera una bola que se remansa en la deuda del estado. Esta deuda crece y crece y crece hasta la pagas o quiebra la economía. En una administración prudente lo lógico es endeudarse en los años que se ingresa poco y pagar esa deuda en los años buenos. Siempre es necesario tener capacidad para endeudarse. ¿Qué pasó en 2008? Que había una gran cantidad de familias que destinaban a pagar préstamos más de la mitad de sus ingresos. Cuando disminuyeron los ingresos ya no quedó dinero para pagar los préstamos y seguir viviendo y vino el colapso de la economía. También había muchos Estados en la misma circunstancia. La actividad económica se paró. Disminuyeron los ingresos y hubo que acudir a más financiación. ¿Problema? que ya no había más capacidad para pedir préstamos en circunstancias aceptables y tuvieron de acudir al rescate para seguir subsistiendo. (El rescate no es más que un modo de financiación en el que las condiciones, normalmente muy exigentes, las pone el que presta el dinero y además controla los ingresos y los gastos para asegurarse de que cobrará su préstamo)

En España todo el mundo nos quejamos de los recortes, pero se ve que no han sido suficientes cuando todos los años tenemos déficit acumulado y la deuda en vez de disminuir sigue y sigue aumentando. Ahora, ante una catástrofe como la que estamos viviendo, tenemos una capacidad muy limitada de endeudamiento. O nos salva el BCE comprando nuestra deuda o rescate a la vista.

Es una pena que la economía, tan entendible en el ámbito familiar, se complique o la compliquen tanto cuando de dineros públicos se trata.