martes, 8 de junio de 2021

Talará industrial

 Corrían los años sesenta. La década de mi niñez. Aquella España, que muchos llaman en blanco y negro, yo la recuerdo llena de niños y alegría. No había casi de nada, pero tampoco hacía falta más. La época de la leche en polvo en las escuelas. Del botijo y las palvas en verano. Del baño en el río o en las albercas y de las rosetas delante de una lumbre en el invierno. No había televisión. Si acaso en alguna radio sonaba Matilde, Perico y Periquín, el Zorro o el diario hablado de Radio Nacional de España. No había agua potable. La electricidad casi era un lujo y muchas de aquellas casas tenían adosado su corral que aliviaba de muchos apretones. Imagino que para nuestros padres, aquella sociedad de casi nada no sería fácil, pero en mis recuerdos sobresale ante todo el bullicio y la alegría de muchos niños corriendo.

Aunque hoy no es mucho más grande, en aquella época Talará era la carretera, la otra calle (en algún momento entendí porqué todos la llamaban la otra calle cuando su nombre era Puentezuelas) y dos calles más, la de Mondujar y la de Chite. Mención especial al barrio de las Eras y al Santo Cristo. Era un pueblo pequeñito, donde yo tenía cierto complejo de poco importante. Mondujar y Murchas tenía su castillo. Chite una iglesia con solera. Beznar sus mosqueteros. Talará solamente era una carretera por donde pasaban pocos coches y donde jugábamos al futbol con dos piedras como portería, hasta que alguien gritaba: "que viene un coche", y todos nos apartábamos. Quiero decir, que este complejo se me quitó cuando aparecieron las termas romanas y comprendí que estos lugares tenían mucha solera. 

Dentro de esta pequeñez, aun me sorprende hoy, cómo un pueblo de estas características tenía su pequeña industria, que si bien no lo hicieron próspero, imagino que algo ayudaría a tirar para adelante en aquellos años de escasez. Que yo recuerde, y sin ánimo de ser exaustivo en la enumeración ni preciso en los nombres de las personas por los años que han pasado, había varias fábricas de aceite. Una fabrica de harina. Una fábrica de fideos. Dos partidoras de almendras. Alguna carpintería y luego, como no, los cines, de verano primero y de invierno luego. Y todo ello sin olvidarme de la Calera donde creo que todavía se fabrican los ladrillos. A estas alturas no sabría situar en el tiempo cual fue la vida de estas empresas.

La fábrica que antes pereció fue la fábrica que fideos. Estaba situada donde luego estuvo la discoteca Pacapaya y ahora se situa el BB+. La recuerdo vagamente de ir con mi padre a comprar algún paquete de fideos para la tienda. Aparte de su existencia, poco más puedo aportar sobre ella. 

Las tres fábricas de aceite que yo recuerdo son la de Alejando en el puente, la de Manolo en la calleja y la de Pepe enfrente de Natalio. Yo solía pasar mucho tiempo en la de la calleja por estar enfrente la casa de mi abuela. Para mí, la extracción del aceite era un proceso mágico. Las aceitunas subiendo por un tornillo sinfin. El ruido de los rulos dando vueltas. La prensa donde se ponía aquella masa pastosa de la que iba goteando el aceite. Un fuego siempre encendido donde se hacían unas magníficas totadas con el aceite que salía de aquellas prensas. Y luego aquella rudimentaria maquinaria compuesta de poleas, cintas y ruedas que terminaban moviendo los tres rulos cónicos que molían las aceitunas. Cuando posteriormente con el paso de los años visité una almazara, la decepción fue tremenda. El proceso había perdido todo su encanto. No era una gran industria, pero sí era una industria donde trabajaban varias personas durante la temporada de aceituna que imagino que algo ayudaría a mejorar los magros ingresos que tendrían aquellas personas.

La fábrica de harina creo que tuvo una vida más larga. También la recuerdo como algo entre mágico e industrial. Había una especie de silo donde los camiones depositaban el trigo. Luego, lo que para mí era el techo de la nave estaba lleno de hierros, ruedas, poleas y cintas en un movimiento continuo con un fuerte ruido cuyo resultado eran tres conductos de madera inclinados donde iba cayendo un flujo continuo de salvao o de harina dependiendo del conducto. Este conducto terminaba en una boca grande y redonda donde Enrique le adosaba un saco hasta que se llenaba. Una vez lleno, lo llevaba a la bascula, lo pesaba y lo cosía con hilo de pita. Todo un proceso que se repetía continuamente mientras los críos nos pesábamos en la bascula de la fábrica. 

Las partidoras de almendra las recuerdo más modernas y tampoco puedo aportar mucho sobre las mismas. Sí recuerdo que había muchas mujeres que trabajaban en ellas. El resto de industria con mejor o peor fortuna por ahí sobrevive. Pero lo que recuerdo con mayor cariño era el cine de verano. Olía a jazmin, a flores y a galán de noche mientras veías la película de Martín Corona o cualquier otra de Marisol o Joselito. Luego cuando terminaba la película  un río de gente llenaba la carretera de vuelta a sus casas bajo el eucalipto que todavía existe al lado de las Casillas y a su altura, en la entrada al Molino Marqués estaba el pilarillo que hacía el agua más fresquita y donde mucha gente paraba a beber después de hartos de las pipas comidas durante la película.

Con el paso del tiempo llama la atención como en aquella época de pocos medios, en un pueblo tan pequeño, se desarrollaran tantas iniciativas de empresa por personas que tuvieron una idea y la pusieron en marcha, que aportaron sus recursos y sus conocimientos para levantar proyectos y que una vez puestos en marcha los supieron gestionar hasta que los tiempos se los llevaron por delante.

Los nuevos tiempos traen nuevas ideas y nuevas oportunidades. Ojala los nietos de aquellas personas que crearon una Talará industrial los imiten en sus iniciativas y desarrollen proyectos acordes con los nuevos tiempos que permitan a la gente de esta tierra vivir y vivir bien.